Robert Weaver |
La noche
es perfecta para el insomnio. Un par de gotas de noche en cada ojo para llorar
un rato, para mirar al cielo que parece más mar profundo, para escribir
pequeños textos de amor o de soledad. La noche está para sentir miedo de la
oscuridad, sentir miedo de alguien cerca o para necesitar a alguien. La noche y
su ciudad con luces y ruidos, con canciones interminables, vasos largos, platos
grandes y faldas cortas. La noche es del enamorado que no duerme pensando en su
amada, o del gato que anda de ojos brillantes, o de la mujer que huele a
cigarrillo, o del que lee con café en boca. Después de unas cuantas noches se
empiezan a entender las estrellas o los murciélagos que pasan. Quizá también se
entiendan los poemas abstractos o se recuerde un viejo amor. La noche cae a la
lengua como un trago fuerte para algunos, para otros es una menta que refresca
hasta el último pelo. Creo que los besos son más deliciosos de noche, cuando
las luces monas iluminan los rostros y hasta una que otra alma, los besos y la
noche, la noche mezclada con un poco de sueño, de calor y de perfume. Los besos
saben a cigarrillo y chicle, o mejor: a pasión latente. Los carros pasan junto
con la noche y su luna, las miradas se juntan, a veces, para revolver el
vientre de algunos o para andar con sonrisa a bordo. La noche es de los gatos pardos
que cruzan la carretera sin peligro, la noche es de mis letras y mi voz.
está muy bien.
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