The Sketchers - John Singer Sargent |
Sentada
frente a lo que podría llamarse mi sombra, recordé sin dificultad la noche en
que lo vi por última vez. No fue tristeza, tampoco nostalgia lo que sentí al
evocar su imagen tan clara y nítida como una foto. Más bien fue una pequeña
alegría con manchas de nervios. Había pasado tanto tiempo desde que
experimentaba una agitación en el alma, un movimiento violento de bichos en el
vientre, una tímida sonrisa. Me alegré ante mi sombra, que era más tangible que
mi propio cuerpo, por haber sentido lo que sentí en esos días de amor, por eso
había tachado la tristeza como una opción de emoción al recordarlo. Sin
embargo, nunca pude recordar sus palabras, ni sus besos, sino su ser completo,
sus miradas y sonrisas. Su presencia, era eso lo que recordaba. La falta de
soledad estando con él. Y era tan fuerte y lleno de vida aquel recuerdo, que la
soledad se veía aún lejos e intocable. Gracias a las noches en que me quedaba
dormida pensándolo, a sus manos que tomaban las mías, a las incontables veces
que quedamos como náufragos en miradas llenas de cariño, entendí finalmente las
historias contadas en los libros de romance, en los cuadernillos de poesía
empapados de un amor del que parecía no mojarme. No obstante, hasta las novelas
más largas, tenían un punto final. Una última frase que podía ser tanto devastadora
como llena de esperanza. Nuestra frase fue olvidada, nuestra historia le había quitado
el trono que nunca había merecido. Ahora pienso que si nunca vuelvo a sentir mi
alma vibrar o mariposas revolotear en mí, podré vivir con el recuerdo vivo de algo
que pasó y la satisfacción de estar libre de dudas.
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