viernes, noviembre 15, 2013

El día que llegó sin ser llamado


Duncan Grant, ‘Girl at the Piano’ 1940
La tarde se alineó perfectamente con mi suspiro. La precoz luna y el sol casi callado se encontraron en el cielo como aquel día. El maravilloso día en que lo vi a usted por primera vez, por algunos segundos que marcó mi reloj. Fue tiempo, pero a la vez distancia, ya que con el paso de cada segundo usted se alejaba de mí, mientras el sol se acercaba al horizonte. La sonrisa que le regaló a mis ojos quedó guardada en mi memoria, para ser recordada siempre, a veces con ternura, otras veces con nostalgia. Ayer, lo recordé, no con ternura, no con nostalgia, sino como quien recuerda lo olvidado, lo que se ha hecho borroso con el tiempo, lo oculto tras momentos agarrados a la memoria. Sin embargo, el día ayudó a salvarlo. El reloj jugaba con el tiempo que pasaba y el viento parecía tan fresco como entonces. Vinieron a mi mente palabras que imaginé le decía, miradas que pensé le podría regalar. El día, mi día, era un sueño, una fantasía, era perfecto. Mi felicidad estaba en él, junto a usted y los momentos, caricias, besos, futuro trazados con tiza sobre el silencio de una mujer taciturna, de una melancólica, de mí, la que más amó haberlo encontrado entre el manojo de personas, más bien sombras, que caminaban apuradas. El día, poco a poco, me fue dando las condiciones para aclarar aquel bello recuerdo, hasta poder verlo de nuevo, no en carne y hueso, pero en amor y esperanza.

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