domingo, septiembre 01, 2013

Mi primer amor, la música.

The Sonata by Irving Ramsey Wiles, 1889
Ayer quise ahogarme con el sonido melodioso de los violines y las flautas. Cerré los ojos para agudizar mi oído y tragué saliva con dificultad. La música hacía que imaginara cosas bonitas, paisajes clandestinos y momentos inolvidables aunque falsos. Volé entre mentiras aquella noche, caminé alrededor de las fantasías creadas por una mente perturbada, pero creativa y optimista. Salté charcos de sueños estancados. Sonreí por un momento, con los ojos aún cerrados a pesar de la oscuridad de la noche sin luna. El cielo, como yo lo imaginaba, estaba despejado y sin estrellas que contar. Hacía calor y, a veces, pequeñas gotas de sudor que acariciaban mi rostro me distraían de los pensamientos y alucinaciones. Pensé en los sonidos de la orquesta como un océano perfecto de emociones. Quise nadar en él, dejarme llevar por las olas, empaparme de pies a cabeza de los apasionados ritmos. Quise ahogarme. Terminar junto con la canción. Y finalmente terminó. Sin embargo, yo seguía respirando puro silencio y aquel silencio me quemaba la garganta. La siguiente canción llegó a seducir mis oídos. Volví a caer de golpe en el estado de trance anterior. Mi corazón latía casi al ritmo suave del piano, como queriendo ser parte de la música. Creo que dejé de respirar, de oler, de oír, para ser parte de aquellos sonidos maravillosos. Me desvanecí, floté en la nada. No me ahogué, sino fui parte del gran océano. Ya no era sudor lo que rodaba por mis mejillas, eran lágrimas de felicidad quizá o de sosiego y paz. 

0 comentarios:

Dí lo que piensas...